Opinión

La inteligencia artificial y el ciudadano de a pie

Escrito por Paz de Torres y Felipe Gómez-Pallete. La Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas es un pequeño laboratorio de ideas orientado, desde 2012, a promover una ciudadanía cultivada y dialogante. Junto con un reducido grupo de colaboradores, elaboramos y damos a conocer trabajos sobre temas que están determinando la evolución de la sociedad, entre otros: calidad democrática, transparencia y corrupción, pensamiento institucional, integridad pública o Inteligencia artificial (IA) que es el tema de nuestro último libro “Que los árboles no te impidan ver el bosque. Caminos de la inteligencia artificial” (Editorial Círculo Rojo, 2022).

La motivación para escribirlo fue la de satisfacer la curiosidad de las personas que no se atreven a —o no saben cómo— preguntar en qué consiste esto de la inteligencia artificial. Este es el lector al que queríamos dirigirnos y sobre el que pusimos nuestra atención: el ciudadano de a pie. Un lector aturdido por la superabundancia de desinformación, esto es, de noticias falsas o bulos del estilo de “la IA será de verdad inteligente”. Y, además de aturdido, un lector intranquilo por el cúmulo de noticias contradictorias que le llegan todos los días, unas positivas como, por ejemplo, “la IA predice la estructura de todas las proteínas conocidas” y, otras, negativas : “la IA elimina puestos de trabajo tradicionales”.

A este público objetivo, aturdido e intranquilo, le ofrecimos en poco más de cien páginas una pequeña caja de herramientas con las que formarse criterio sobre esta fuerza tecnológica de nuestro tiempo.

Pues bien, el enfoque resultó exitoso a juzgar por la cantidad y diversidad de actos a los que somos invitados: conferencias, coloquios, debates o entrevistas, tanto presenciales como en webinarios online. Esta gira a lo largo y ancho de la geografía española es como una prolongación del libro, una secuela inesperada, gratificante y esperanzadora. Sí, hay mucho ciudadano de a pie deseoso de saber qué es esto que se ha colado en su vida.

De entre los incontables rasgos característicos de la IA, hemos elegido tres para esta ocasión. Con ellos hemos elaborado un pequeño esquema dirigido a los ciudadanos de a pie: el fenómeno de la desinformación, las medidas regulatorias y, puesto que estamos aquí, el territorio donde germinan las noticias positivas.

Desinformación: maleficio o ignorancia

En los texto de divulgación, suele resultar un tanto cargante comenzar por la RAE. Pero en este caso, viene al pelo. Según el Diccionario de la lengua española, por desinformación queremos decir o bien «dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines» o bien «falta de información, ignorancia, cualidad de ignorante o falta de conocimiento».

La primera de las dos acepciones nos sitúa directamente en uno de los fenómenos más característicos de nuestra época, al que Salman Rushdie se refiere como «el torrente de desinformación que nos inunda (…) Las mentiras interesadas se presentan regularmente como hechos mientras que a la información más fiable se la desacredita tachándola de ‘noticias falsas’».

Hoy día, cuando se habla de IA, esta primera acepción (llamémosla de ”mala fe”) preocupa sobremanera debido a la extraordinaria capacidad que esta tecnología tiene para crear y difundir mentiras. Así, por ejemplo, la IA generativa (modelos de lenguaje como ChatGPT o creadores de imágenes y videos como Midjourney o DALL-E) puede utilizarse como una potentísima herramienta al servicio de la producción de noticas falsas. Fue muy popular, hace cinco o seis años, el vídeo en el que Barak Obama llamaba ‘completo imbécil’ a Donald Trump o, mucho más recientemente, la ‘fotografía’ en la que este último aparece en el momento de ser arrestado por la policía.

Se trata de un problema enorme y cotidiano. Pero es que, al mismo tiempo, la IA puede desempeñar un papel muy importante en la solución del problema de la desinformación que ella misma ayuda a crear. Desenmascarar patrones inadecuados y sesgos en el cuerpo o conjunto de datos que se utilizan para entrenar los bots maléficos es algo que se le da muy bien a la IA. En pocas palabras: La IA es la causa y, al mismo tiempo, la solución de este estigma del espacio comunicacional, la desinformación. Más breve aún: La IA, villana y heroína de nuestro tiempo.

Todos los canales informativos, desde los medios de comunicación tradicionales a las redes sociales, todos sin excepción, lidian con este embrollo en no importa qué sectores de actividad, ya sea salud, política, inmigraciónoemergencia climática. Porque los bulos sobre cualquiera de estas cuestiones son muchísimos, son diarios, son una lacra.

Pues bien, la propuesta que hacemos nosotros tiene que ver no con la primera, sino con la segunda de las dos acepciones que nos ofrece la RAE. Además de luchar contra la desinformación en los mencionados campos y otros igualmente infectados de fake news, ¿por qué no se combate la desinformación cuando se está hablando de inteligencia artificial? Porque, no por maldad, pero sí por ignorancia, cabe considerar la IA como objeto de maltrato informativo. La cantidad de inexactitudes que se difunden a diario en los medios de comunicación en torno a la IA es notoria. Y esta es una mala práctica a la que debemos enfrentarnos.

Claro está que uno y otro problema son de naturaleza diferente. Una cuestión es la desinformación “de mala fe”, y una muy otra cosa es la desinformación producto de la ignorancia, falta de dotes pedagógicas o cualquier otra limitación del autor, sea este reportero, novelista o científico metido a divulgador. En esta segunda acepción —lo repetimos intencionadamente— desinformación significa difusión de un concepto de forma incompresible o poco clara, con lo que se menoscaba el derecho del receptor a recibir información entendible y fidedigna.

No puede ser, argumentamos nosotros, que se emplee la IA para solventar problemas creados por la propia IA y, al mismo tiempo, descuidemos la claridad con que se difunde el fenómeno de la IA. En el primer caso hay intención de engañar; en el segundo, se engaña por falta de rigor. En el primer caso hay propósito; en el segundo, dejadez o incompetencia.

Que la IA sea un fenómeno de naturaleza multidisciplinar, universal y poliédrica, queremos decir, compleja —que no complicada—, explica pero no justifica la falta de claridad con que se da cuenta de él a la sociedad. Por eso, esperamos que esta llamada a la doble acepción de la voz desinformación sea bien recibida porque, al fin y al cabo, el perjudicado es, en ambos casos, el mismo: el ciudadano de a pie.

Camino de la regulación

Baste este reciente titular como botón de muestra: “La IA tiene mucho que ofrecer a la humanidad. También podría causar un daño terrible. Debe ser controlada”. La dualidad (bueno – malo) y la necesidad de control o regulación son dos cuestiones que aparecen siempre de la mano.

Que una misma tecnología sea capaz de lo excelso y lo demoníaco no es nada nuevo en la historia de la humanidad. Pero no deja de ocasionar perplejidad. La IA permite abrazar a un hijo 30 años después de haber sido secuestrado y la IA provoca la destrucción de millones de puestos de trabajo.

Quizás la fisión nuclear (Medicina, Hiroshima) sea el ejemplo al que con más frecuencia se recurre como símbolo de esta dualidad. Una dualidad que lleva a dirigentes políticos y económicos a decir aquello de que la tecnología no es buena ni mala; que lo que es bueno o malo es el uso que de ella se haga. Pues bien, son las consecuencias que desencadena esta conocida postura (la tecnología es neutra, no tiene valores) sobre lo que queremos advertir a nuestros lectores.

La controversia entre quienes defienden que la tecnología es neutra y los que defendemos que no lo es reside en el diferente significado que se da a la palabra tecnología. Para los primeros, tecnología es el producto, la energía atómica, o la cerilla con la que puedes encender una vela de cumpleaños o prender fuego al monte. Para los segundos, la tecnología es el proceso, esto es, toda la cadena de valor de la industria IA, desde el laboratorio hasta el producto o servicio final.

Para los primeros, la tecnología es neutra, es decir, el producto es neutro y, por tanto, lo que debe regularse es el uso que se haga de él. Ahora bien, reclamar que se regule el producto es como pedir valor al soldado, es decir, una perogrullada. ¿Quién, en su sano juicio, se puede oponer a regular el uso de algo que puede dañar? Cuando la práctica de la regulación de la IA se limita al producto final, hablamos de regulación final, algo que se da por descontado que debe hacerse, y hacerse bien.

Para los segundos, la tecnología —entendida no como producto, sino como proceso— está determinada por los intereses económicos y políticos de cada época. Por tanto, debe practicarse una regulación integral: del origen en los laboratorios (regulación ab initio) hasta del producto en el mercado. Reclamar la regulación integral de la industria IA no es una perogrullada; es algo que incomoda a quienes defienden una política de regulación final.

La decisión (¿regulación final o regulación integral?) es crucial para el devenir de la sociedad. Cuando esto no se tiene en cuenta, saltan chispas, y emerge la grotesca figura del pirómano bombero. Una figura que podemos simbolizar en la del científico que, asustado por lo que ha inventado, encabeza las manifestaciones en favor de regular el desastre que ayudó a crear.

El motor de toda innovación tecnológica responde siempre a alguna combinación de estas cinco fuerzas: la curiosidad científica, la búsqueda de nuevas soluciones a problemas de salud, la mejora de la eficiencia de las actividades humanas, la automatización de trabajos repetitivos o peligrosos y la economía de inversores y operadores.

Siendo ancestrales y legítimas todas y cada una de estas cinco motivaciones, ¿no les parece obsceno esgrimir las cuatro primeras mientras que —como ocurre con harta frecuencia— se omite la última, a pesar de que, en no pocas ocasiones, es la más importante, cuando no la única? Quizá en esto resida la resistencia a adoptar políticas de regulación integral y, por lo mismo, explique el tono hoy predominante en favor de una regulación circunscrita al uso de los productos IA disponibles en el mercado.

La región de las noticias positivas

La IA es una fuente inagotable de noticias positivas. Porque la IA tiene una capacidad de procesar información y detectar patrones sobre base probabilística de la que, simplemente, carece el ser humano. Pero también, y por la misma razón, la IA puede acarrear consecuencias indeseables.

Lo expuesto hasta aquí permite contextualizar las noticias positivas, lo que hace más llevadero el desconcierto que experimenta el ciudadano cuando un día se desayuna con una excelente noticia y al día siguiente lee estas declaraciones de Stephen Hawking: “La inteligencia artificial augura el fin de la raza humana”.

Y lo que es más importante, el ciudadano de a pie podrá sumar su voz a la de quienes exigen poner coto a la imposición —por parte del poder industrial— de lo que debe investigarse (y, en su caso, producirse) y lo que no, porque no es rentable. Y, de este modo, la voz del ciudadano atento compensará la defensa de los intereses creados que practican quienes se muestran sorprendentemente preocupados.

Son estas reflexiones las que, en nuestra opinión, nos pueden ayudar a caminar por este mundo en vías de transformación por la IA. Pues solo de este modo preservaremos nuestra dignidad y soberanía como ciudadanos: vigilantes activos de la desinformación en todas sus formas y enérgicos demandantes de una regulación integral de la industria de la IA que la delimite, tanto para potenciar las noticias positivas como para poner coto a las negativas.

Más info:

ccdemocraticas.net

Ampliación de información. Esta es la entrevista que en su día hicimos a Paz y Felipe sobre el libro “Que los árboles no te impidan ver el bosque. Caminos de la inteligencia artificial”

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