Un Solo Río: un viaje inverso para volver a mirar el territorio
Hace poco tuvimos la suerte de conocer al fotográfo Adrián Valiente, que nos habló de su fotolibro Un solo río. Nos gustó tanto que le propusimos que nos lo contara para Noticias Positivas, con la suerte de que ha accedido. Aquí os dejamos con su bello y evocador texto.
Todo nace de una inquietud íntima: averiguar por dónde transitaba y cómo se las arreglaba para llegar al mar el río que nace en Pancrudo, el pequeño pueblo de mi abuela, en Teruel.
Es difícil imaginar un lugar que remita menos a la idea de mar. Sin embargo, existe una conexión tan directa como poco conocida. De pronto me resultó intolerable no saber nada de ese río que había paseado tantas veces. Me puse en marcha, y con ese gesto arrancó un viaje de descubrimiento y fascinación.
Así nació Un Solo Río, un viaje pausado y una mirada profunda sobre un territorio que no se rige por fronteras políticas, sino por la lógica del cauce. Un territorio que, cuando se mira desde la perspectiva del río, revela una geografía completamente distinta.

El río que decide no llegar al mar
Hay una idea poética que vertebra el libro: El río decide no desembocar en el mar, sino dar la vuelta y remontar hasta sus orígenes.
Este acto imaginado de rebeldía invierte la mirada, ofreciendo una imagen especular, el territorio se vuelve otro sin dejar de ser el mismo. Lo que se ve al Oeste –decía Thoreau– es la mañana convertida en tarde.
Las fronteras políticas pierden sentido cuando se miran desde el río. Su cauce es la única frontera real.
Del mismo modo descubrimos que no son los ríos los que atraviesan las ciudades, sino las ciudades las que un día decidieron abrazarlos. Es obvio, pero casi nunca lo miramos así.

Cuando el río adquiere conciencia
El libro propone un juego: el río adquiere conciencia y nos habla. La voz que surge tiene un efecto potente. Le devuelve una entidad que se ha ido perdiendo en nuestra relación con él, cada vez más distante.
Fenómenos como las danas nos recuerdan la fuerza del agua, pero reducen nuestra atención a su potencial destructivo. Sin embargo, el río lleva millones de años fluyendo de manera ininterrumpida. Esa continuidad milenaria hace imposible no sentir indignación ante el maltrato que hemos normalizado. Es una soberbia insoportable creer que podemos dominarlo.

El instante en que todo cambia
Hay algo en la naturaleza del agua —fluir sin elegir, descender sin remedio— que la conecta con nuestras propias historias.
Me interesa ese momento exacto en que la curva ascendente pasa a ser descendente: la derivada cero, cuando lo próspero inicia su camino hacia la decadencia. Ese instante se puede aplicar a un territorio, a una ciudad o incluso a la humanidad: ¿hemos transitado ya ese punto o está por venir?

Contra el mito del nacimiento único
Otra idea importante del proyecto es cuestionar la concepción moderna del “nacimiento único” de un río. Esa obsesión por fijar un punto exacto, catalogarlo y domesticarlo rigidiza lo que es, por esencia, fluido.
La mirada premoderna lo tenía más claro: el río visto como un ser continuo más que como un fenómeno diseccionable.
En la escuela, sin embargo, solemos aprenderlos como listas de nombres y afluentes a memorizar, lo que solo genera distancia. Sería bonito que la educación revisara también esa mirada.
Un río que aspira a ser todos
Llegados a este punto, siempre surge la misma pregunta: “Pero… ¿qué río?”
El libro quiere hablar de todos sin ser ninguno. Invita a imaginar el río como un continuo, no como una jerarquía de tributarios donde uno manda y los demás se subordinan.
Sin embargo, es cierto que fotográficamente hay un recorrido concreto: la línea de agua que nace en Pancrudo, se une al Jiloca, al Jalón y al Ebro, llega al mar y luego —en el libro— da media vuelta para regresar al origen.
Es solo una de las miles de rutas que podría seguir una gota de agua que cae en la península. Ese determinismo geográfico me parece hermoso: según dónde caigas, tienes un camino marcado.

Un proceso de escucha y tiempo
Nada de esto existía al comenzar a fotografiar. Las ideas fueron surgiendo al relacionarme con el río, y se ordenaron gracias a dos colaboraciones fundamentales.
Eduardo Nave, desde el principio, acompañó el proceso con generosidad. Sus preguntas fueron claves para para ir revelando la estructura del libro, que finalmente quedó dividida en cinco capítulos. Por supuesto, el libro empieza en el V y termina en el I: no podía ser de otra manera.
Juanjo Justicia (Underbau) supo escuchar el proyecto como nadie. Tamizó ideas e imágenes hasta que cada decisión tuvo un porqué.
Hay un mantra permanente en todo el proceso: tiempo, tiempo y más tiempo.
El libro habla insistentemente del tiempo. Sería una contradicción que no estuviera creado a base de tiempo.
El libro sueña ahora con encontrar editor. No es sencillo: es un proyecto de acabados ambiciosos. El siguiente sueño es convertirse en una exposición itinerante que vaya cosiendo los territorios que recorre el río, refrescando una conexión que siempre ha existido entre ellos.
Porque el Río siempre estuvo ahí. No lo olvidemos aunque lo hayamos olvidado por completo.






Miguel
11th Dic 2025Qué texto tan bello para explicar algo que, siendo poético (¿filosófico?), es profundo y sencillo a un tiempo, cosa harto difícil.