Opinión

Una maldición bíblica llamada trabajo

Artículo de Daniel Jiménez, director de Noticias Positivas. La física nos dice que el problema que supone una bala no se debe tanto la bala en sí misma, como a la velocidad a la que sale propulsada. Algo similar nos pasa con el trabajo. Desde que el dios del Antiguo Testamento, con su infinito amor y bondad, inventara eso de ganarse el pan con el sudor de tu frente, ya sabemos que el trabajo está muy lejos de ser una bendición. Pero no tanto por el trabajo en sí, sino por el importante esfuerzo que exige, y la poca recompensa que obtenemos a cambio.

Algunos expertos interpretan ese conocido pasaje del Génesis bíblico como una metáfora de la aparición de la agricultura y la ganadería, que no dejan de ser las primera formas de trabajo conocidas y de las que dependen directamente cuestiones tan fundamentalmente humanas como la alimentación, el vestido, el comercio y el manejo de los recursos naturales presentes en nuestro entorno, entre otras cosas.

Basta escuchar las actuales quejas de agricultores y ganaderos para entender que, siendo duras las labores del campo, lo que realmente convierte la situación en extrema es que no se obtenga una remuneración justa, o que, al menos, cubra los costes. Ya no nos vale con sudar para ganarnos el sustento, lo que demuestra que a veces el hombre puede ser más cruel que el cruel dios del Viejo Testamento.

La cuestión no es, por tanto, que el trabajo sea duro, que por supuesto que lo es, sino que los trabajadores tengamos tan poco control sobre las condiciones en las que trabajamos, y menos todavía sobre la riqueza que generamos. Tengamos una cosa clara: el salario que obtenemos resulta siempre una parte residual de dicha riqueza. Unas migajas si lo comparamos con la plusvalía que se quedan los empresarios que, paradójicamente, suelen sobreactuar cuando se les obliga a entregar un poquito más a la sociedad por sus pingües beneficios.

Un ejemplo muy reciente: ayer se supo que la gran banca ha roto su propio récord de beneficios, ganando un 17% más que el año pasado. Hablamos de casi 1.000 millones más que en el primer trimestre de 2023, y de más de 6.600 millones de euros en total. Un excepcional resultado que demuestra, por otro lado, que el impuesto extraordinario que impuso el gobierno a las entidades bancarias, y por el que tanto y con tanta amargura lloraron, no ha resultado tan lesivo, a fin de cuentas. Un motivo, sin duda, no sólo para mantener dicho gravamen de manera indefinida, sino para aumentarlo.

Otro ejemplo más, igualmente reciente: acabamos de saber que la economía española ha batido todas sus previsiones de crecimiento. Dato que apuntala un excepcional comportamiento incluso en los peores momentos de la pandemia y de la crisis provocada por la invasión rusa de Ucrania. Todo ello ha sido compatible además con la importante subida que ha experimentado el salario mínimo interprofesional desde 2018. Lo cual desmonta las previsiones apocalípticas de los agoreros de turno, muchos de ellos a sueldo — y buen sueldo, nada que ver con el SMI— de los llorones anteriormente citados.

La conclusión es obvia: los trabajadores pueden y deben obtener mucho más por su trabajo. Es de justicia y es absolutamente viable. Añadamos otra derivada: no sólo se trata de repartir mejor la tarta, sino de tener algo que decir, además, en la receta de la tarta. Y es que las modernas tecnologías hacen cada vez más factible que los trabajadores disfruten de un mayor control sobre cuestiones como dónde trabajan, como demuestra el teletrabajo, o la distribución horaria de su trabajo. El trabajo asíncrono, que nos plantea la posibilidad de trabajar de forma diferida tanto en el espacio como en el tiempo —es decir, ya no es tan necesario que todos tengamos el mismo horario— es absolutamente viable en multitud de empleos. Y además contribuye de forma positiva a la productividad. No decimos que siempre sea posible trabajar de esta manera, pero desde luego sí que es planteable en muchos casos. El problema, a menudo, no es tanto de tipo técnico, sino más bien debido una mentalidad empresarial vieja y caduca. En este artículo para la Revista Haz te cuento más sobre el asunto.

En definitiva, nos merecemos un trabajo mejor. Del que obtengamos mayor beneficio, no sólo económico, sino en cuanto a sus condiciones —lugar, horario, duración de la jornada laboral, etc.—. Podemos conseguir, por fin, que el trabajo deje de ser esa temible maldición bíblica. Hagámoslo posible.

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