Opinión

Nobody Expects The Spanish Climate Revolution

Por Daniel Jiménez, director de Noticias Positivas.

Que el sol y estas temperaturas tan agradables no nos engañen: hace muy mal tiempo. No lo digo yo, sino la Agencia Estatal de Meteorología, que recientemente avisó de que en esta semana de finales de marzo “podríamos estar ante una situación realmente anómala” con temperaturas de más de 30 grados en el este y sur peninsular. Hablamos de temperaturas “muy impropias de finales de marzo” con termómetros moviéndose en cifras entre 10 y 15 grados superiores al promedio en la mayor parte del territorio. Un territorio que ya ha empezado a sufrir los primeros incendios de entidad del año cuando no hemos llegado ni al mes de abril.

Y si el tiempo está mal, lo del clima es aún peor. Por algo el año 2022 marcó sin lugar a dudas un punto de inflexión en relación con la percepción social de la emergencia climática. Sobre todo por un verano que batió todos los records con 42 días bajo olas de calor, lo cual significa multiplicar por siete el promedio.

Pero como muchas veces se avisa desde el cada vez más potente activismo climático —a pesar de los intentos de criminalización, por ejemplo de los miembros de Rebelión Científica que protestaron pacíficamente ante el Congreso —puede que en el futuro recordemos que 2022 no estuvo tan mal después de todo. De hecho, según un informe de temperatura global de la Oficina Meteorológica del Reino Unido, este 2023 amenaza con ser más cálido todavía que el pasado año. Y la tendencia a largo plazo seguirá muy probablemente con esta escalada.

Hasta aquí las malas noticias, que por sí solas solo sirven para paralizarnos cuando, precisamente, lo que hace falta es que estemos más activos y más activistas que nunca. Ya lo han dejado muy claro los científicos del informe de síntesis del IPCC: la situación está muy lejos de ser favorable, pero no todo está perdido. Siempre y cuando comencemos a actuar de forma decidida desde hoy mismo.

Y ahora se abre una oportunidad ante el nuevo período electoral marcado por las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo y las posteriores elecciones generales. Lo que proponemos en este sentido es convertir la emergencia climática, y sobre todo, las medidas que debemos poner en marcha para adaptarnos al nuevo escenario, aumentar nuestra capacidad de resiliencia, mitigar sus peores consecuencias y también, por supuesto, para que nadie se quede atrás, en el gran tema electoral con el objetivo de presionar desde la sociedad civil sobre todos los partidos políticos para que no les quede más remedio que asumir los compromisos de la agenda climática.

Si somos capaces de formular esta cuestión en clave positiva y propositiva, estamos ante un caballo ganador. Según el último barómetro del CIS de este mismo mes de marzo, hasta un 72,6 % de los españoles afirma estar “mucho” o “bastante” preocupados por el cambio climático, un problema en el que la acción de los seres humanos ha influido “mucho” o “bastante” en opinión del 86,7 %. Y no solo eso: el 80 % de los encuestados afirma haber modificado algunas de sus prácticas cotidianas para tratar de frenar, o al menos disminuir, el cambio climático.

Pensamos que buena parte de ese 80 % también podría cambiar su voto y optar por fuerzas políticas comprometidas con el medio ambiente. Para ello es necesario trabajar en dos sentidos: exigir desde la base de la sociedad un compromiso real de los partidos políticos con medidas efectivas y concretas; y al mismo tiempo, ser capaces de comunicar desde los movimientos sociales, desde la ciudadanía consciente y por supuesto desde la clase política que dichas medidas suponen una oportunidad para mejorar nuestras vidas. Aquí y ahora. Porque sí, porque hay que cambiarlo todo ya mismo, mejor hoy que mañana.

Empezando por cambiar los mensajes para dejar de insistir en ese abstracto y lejano futuro en el que debemos pensar para que pueda ser disfrutado por las próximas generaciones. Muchas gracias por todo, señora Brundtland, pero su concepto de desarrollo sostenible ya no nos sirve. Porque el futuro ya está aquí. La emergencia climática la estamos sufriendo ahora mismo las generaciones presentes. A las que nos va a tocar actuar en las calles desde hoy mismo y en las urnas en un par de meses.

Los políticos deben entender además que las medidas contra la emergencia climática, si son bien explicadas, pueden movilizar el voto de amplias capas de la población. Porque actuar contra el cambio climático supone poner en marcha un completo programa de reformas que además de ambientalmente, nos benefician también a nivel social y económico.

Reformas que no tienen por qué suponer un sacrificio para la mayoría de la población. Proponemos para ello un nuevo modelo de fiscalidad verde bajo una justificación irrebatible: si deben pagar más impuestos los que más ganan, empezando por las grandes compañías —cuestión en la que están de acuerdo dos de cada tres españoles, según una encuesta de 40dB —también es muy sencillo que la mayoría social entienda que el coste de estas medidas debe ser asumido por los que más contaminan y también por los que financian a los grandes contaminadores. Son los que están poniendo en peligro el futuro de todos. También el suyo propio.

Recordamos además que España sigue siendo uno de los países de la UE que menos recauda por impuestos ambientales. Los cuales solo representaron en 2021 un 4,5 % de los ingresos fiscales procedentes de tasas y contribuciones sociales. Al mismo tiempo, se calcula que una fiscalidad verde más avanzada podría aumentar la recaudación con hasta 15.000 millones de euros adicionales, según expertos de Hacienda.

Estamos hablando de unos recursos que se sumarían a los ya existentes y procedentes de Ayuntamientos, Comunidades Autónomas, Presupuestos Generales del Estado y fondos europeos. También habría que contar con las empresas. Y no nos referimos solo a su aportación tributaria. Además, será fundamental su papel como agentes activos, algo que no será difícil si vemos lo mucho que hablan de sostenibilidad y de huella de carbono en sus discursos. Así tendrían además una oportunidad de oro para demostrarnos que cuando hablan de sostenibilidad, no se refieren únicamente a sostener sus negocios y sus beneficios, sino a trabajar por el planeta en el que viven todos sus clientes, que a buen seguro no les dejarán la opción de no sumarse a la causa.

Con todos estos recursos y voluntades resultado de la colaboración público-privada, dirigida siempre por los intereses de la mayoría social, se podrían poner en marcha multitud de iniciativas. Para renaturalizar nuestras ciudades y pueblos, por ejemplo. Recordamos que el 92% de las población mundial vive en lugares con exceso de contaminación atmosférica, según la OMS. Por tanto, necesitamos más árboles y más infraestructura verde en general que nos sirva para respirar sin envenenaros, capturar más CO2 y contar con mejores refugios climáticos cuando llegue el verano. Porque si hay algo que no tiene sentido es defendernos de las olas de calor talando árboles y llenándolo todo de hormigón.

Parece difícil que alguien pueda estar en contra de estas medidas. También pensamos que serían muy bien acogidas todas aquellas iniciativas destinadas a aumentar la calidad de nuestros servicios públicos. No podemos combatir las consecuencias para la salud del cambio climático si no contamos con más y mejores centros de salud y hospitales públicos correctamente atendidos por nuestros profesionales sanitarios. Infraestructuras sanitarias a las que deberíamos acceder fácilmente mediante redes más densas e intermodales de transporte público, electrificado y sin emisiones. Dentro de un modelo que entienda que la movilidad es el derecho a moverse de las personas. Y no el privilegio de los coches privados a invadir el espacio.

Igualmente necesitamos una ciudadanía concienciada y competente en asuntos climáticos y ambientales. Lo cual solo conseguiremos con una educación pública fortalecida y guiada por criterios ecosociales. Porque, aunque tenemos claro que las medidas deben tomarse aquí y ahora, sabemos que las consecuencias más graves de la emergencia climática se verán a largo plazo y, debido a esta cruda pero inevitable realidad, cada vez serán necesarias generaciones más conscientes y también mejor preparadas para afrontar los desafíos del futuro. Desafíos que serán mucho más difíciles para ellos si no actuamos, insistimos, desde hoy mismo.

Por último, y como breve esbozo de lo que debería constituir un programa de acción consensuado a nivel colectivo, que evidentemente no puede ser el objeto de este humilde texto, desde el que simplemente queremos estimular el debate, pensamos que una amplia mayoría de la población estaría de acuerdo en profundizar en la transición ecológica de nuestra economía. Pero esto no significa simplemente darle un lustroso barniz verde a un sistema claramente insostenible. Es necesario que este nuevo modelo productivo quepa dentro de los límites de nuestro planeta. Y que al mismo tiempo resulte justo y equitativo, tanto con las personas como con los territorios. Sin zonas de sacrificios ni greenwashing. Sin paraísos fiscales ni guerras por recursos.

Apostamos por un Green New Deal, es decir, por un programa realmente ambicioso de transformación de la economía en clave ecosocial, que no solo cambie el modo de producir riqueza, sino también la manera en que la repartimos. Y cuyo objetivo no sea mantener el crecimiento económico infinito dentro de este pequeño, finito y amenazado planeta. Sino construir un nuevo modelo de prosperidad. Porque riqueza nos sobra, lo que nos falta es prosperidad. Y actuar contra la emergencia climática es actuar a favor de una nueva prosperidad. Está a nuestro alcance. Es lo que queremos. Atrevámonos a exigirlo. Nobody Expects The Spanish Climate Revolution. Pero todas la necesitamos.

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